lunes, 18 de enero de 2016
Nacida del hielo
Un día, se formó el abismo. Y todo ocurrió en un día, y todo ocurrió en un día normal. En uno de esos días que son como el día de la marmota. Ya sabes, de esos días en los que suena el despertador, y lo paras. Y de los que vuelve a sonar, y lo paras. Y de los que vuelve a sonar, y maldices no ser rico y te levantas con legañas y el pelo enredado. Así salí yo por la puerta de la habitación ese día, cuando me percaté de que el suelo del salón dejó de ser suelo, para convertirse en un enorme precipicio.
La reacción que tuve fue la de dar varios pasos apresurados hacia atrás, mientras un enorme gesto de sorpresa desencajaba mi rostro.
El precipicio formaba un gran ventanal, desde el cual, se veían las montañas. Y eran unas montañas tan escarpadas, que bien podrían haber sido el Everst y la cordillera del Himalaya. Todas nevadas, con nubes en los picos, y sin rastro alguno de seres vivos.
Un viento helado ascendía del precipicio. Me daba en la cara, obnubilaba mi conciencia, y me enfriaba el rostro.
Así, sin apenas darme cuenta, mis pies quedaron suspendidos. Se colocaron al borde del abismo, mitad apoyados en el suelo de mi salón, mitad perdidos en el abismo. Un leve un balanceo de los pies, hacia adelante y hacia atrás, me produjo vértigo.
Mi cuerpo, quedó así mecido, constituyendo un péndulo, cuyo movimiento oscilante lo helaba de frío cada vez que se aproximaba a las cumbres nevadas.
Poco a poco, el frío fue calando. Primero, caló la piel semidesnuda. Luego, caló a los órganos más internos.
El balanceo cada vez era más pronunciado. Mi oscilación aumentaba, y lo hacía hasta tal punto, que ya mis pies, apenas tocaban el suelo. Y fue aquí, en este punto, donde el frío, empezó a calar los huesos. Y la congelación ósea produjo dolor. Mucho dolor. Y el dolor siempre trae lágrimas. Y este dolor, así, atrajo al agua. Y el agua, se congeló. Y de esta manera tan tonta, el hielo cubrió mi cuerpo.
Oh! quedé preciosa en mi envoltura de cristal. El sol salía, siempre por el este. Aparecía de entre las montañas y los primeros rayos reflejaron el brillo de mi envoltura helada Era algo así como una estrella, o más aún, era el reflejo del sol, que me miraba con todo su esplendor.
Este péndulo brillante, vino a ser un material inflexible. Brillante pero frágil, muy frágil. Hermoso pero pesado, muy pesado. Todas las capas de hielo que se había acumulado con la glaciación del llanto, el frío y el balanceo de mis pies, fueron capas tan pesadas, que en un ir y venir, la gravedad venció el peso. Y los pies soltaron del todo el suelo. Y me precipité al vacío, como si de un cometa fugaz se tratara.
La masa helada cayó en la nieve. No era nieve dura, ni muy blanda. Era polvo-nieve. El sol dejó de reflejarse en el hielo, y el péndulo, quedó quebrado, opaco, con daños exteriores, y arañado.
Y yo, con la boca aún abierta por la sorpresa, detrás de todas esas capas de hielo, empecé a sangrar. Y sangré y sangré y sangré, y lo hice durante días.... el gran lucero del alba, fue a transformarse en una gran gota púrpura. Como un zafiro rojo envuelto en diamante. Diamante.... duro, muy duro para cualquiera. Tan duro, que nadie lo podía rasgar, por mucho ahínco que pusieran en sacar la esencia roja que guardaba.
De repente, surgió un boom boom. Era apenas inaudible. Y era apenas inaudito. Sólo un pequeño tamborileo, que movió a la sangre acumulada. Y a este primer boom boom, siguieron otros booms booms cada vez más consistentes. La sangre, empezó a circular y a coger velocidad. El diamante era un gran velódromo rojo. Y este movimiento generado, desprendió calor.
Allá en la colina, encima de la nieve en polvo, un diamante rojo empezó a exhalar vapor. Dejó de brillar, y dejó de deslumbrar. El grosor iba disminuyendo a medida que la sangre, iba corriendo, y calentaba al hielo. Al final, quedó una simple coraza que perdía grosor en cada boom boom que retumbaba en aquellas colinas gigantescas.
La coraza... se fue en agua. Y sólo quedé yo, desnuda, tumbada en la nieve, roja de sangre, y tiritando.
Me puse de pie. La sangre que me cubría, me dió calor. Y nací, como nacen las personas. Inseguras, ingenuas, y medio bobas.
Intenté ser fría,
pero mi corazón no se congela.
Cuando creía que iba a volverme buena,
mi odio aumentó.
No, yo no podía ser buena,
eso significaba ser débil,
y el dolor....
no, yo debía ser mala.
Intenté ser fría,
pero mi corazón no se congela.
Lo siento latir.
Siento algo caliente en mi pecho,
que derrite mi corteza de hielo.
Inenté ser fría,
pero mi corazón no se congela.
Intenté ser fría,
sólo que mi corazón,
pelea.
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