Es muy difícil combatir los miedos. Siempre fuí una niña miedosa. Tengo cierta facilidad para desarrollar fobias. Ésto, ha hecho que desde que recuerde, tenga que estar combatiendo y luchando contra ellas. He causado admiración muchas veces en mucha gente diferente. El tener que padecer miedos y fobias, me ha obligado a tener que superarlas una a una. Tener que ser valiente... ser valiente es lo único que puedo hacer para superarlas. Y si soy valiente, es porque estoy llena de miedos por dentro. Qué paradoja.
Y no queda más remedio que enfrentarlos y superar, y enfrentar, y superar, y enfrentar... así es mi vida. Pienso muchas veces, tantas veces, que ojalá no fuera así. Pero uno no puede luchar contra lo que es, eso es peor.
Aún me duele a veces. Supongo que es producto del bajón de muchas horas de trabajo. Y que es normal. Y que esto le pasa a cualquiera. Me da por pensar en la cantidad de energía que vendemos por dinero, por intentar estar mejor, o por nuestro honor.
Tampoco es fácil actuar contra tus sentimientos. No es fácil tomar decisiones que sabes que te van a romper, y aún así, preferir romperte mil veces antes que vivir de rodillas.
No pierdo la esperanza de que todo va a mejorar en breve. Llegará setiembre, llagará mi cumpleaños otra vez, y este año va a ser tan diferente del anterior, y del anterior al anterior, y de todos. Tiene que serlo, porque así lo siento. Lo presiento.
Ha vuelto don diablo, mi vecino, gente que hacía timpo que no sabía nada de ellos, todos juntitos, como poniéndome a prueba para ver si realmente he superado todo y cierro la puerta de una vez. A veces los reencuentros no son malos. Porque no piensas volver. A veces los reencuentros sirven para quitar espinas, para comprobar que aún tocando la herida, ya está cerrada y no sangra. Y eso no es malo. Es superación.
Me empezaría a quejar de cómo me duelen los pies. De que tengo las piernas hinchadas y de que esta noche me acuesto sin cenar porque no tengo ánimos ni para pillar un trozo de queso. Podría quejarme de muchas cosas. Pero no me vale de nada. Yo no soy una princesa ni necesito ningún rescate de algun caballero por horas. Así que no me quejo. Estoy luchando por lo que quiero, por lo que necesito, y estos son los daños colaterales. Asumido queda.
Los vecinos cargan las maletas en los coches. Siempre los miro desde lejos, desde mi balcón. Sus vidas me parecen todas iguales y tan diferentes a la mía. Los miro, como si fueran extraterrestres. Y si me permito quejarme de algo, me gustaría tener un hombre, cargar juntos las maletas en el coche, y salir de noche hacia alguna aventura.
Vieniendo del trabajo, he escuchado una canción tuya, don diablo, que me encantaba. Me la grabaste en un pen para el coche. Me hiciste un recopilatorio genial sorprendiéndome con canciones nuevas que me encantaron, y otras, que eran las de siempre. He recordado lo que nos reíamos cuando sonaba Manolo Escobar en el coche, bajo las estrellas, rumbo a las montañas y al parque nacional. Realmente muchas veces no valoré todos estos gestos. Cuando tienes las cosas piensas que serán para siempre, y restas valor. Fui imbécil. Lo sé. Pero también mejoro. Y creo que voy aprendiendo a valorar las cosas cuando se presentan, cuando las tengo. Supongo que la ausencia hace valorar la presencia. Y creo que voy aprendiendo a valorar las cosas cuando las tengo, y no enamorarme de lo inaccesible. Porque eso... no es amor, es ego.
Sigo sin poder perdonar el daño, aunque a menudo se me olvida. Y desde la experiencia que ya voy teniendo, sé que se acaba olvidando siempre. He tenidos amores de muchos tipos. Amores grandes, pequeños, enganches, amores que pensaba que nunca podría olvidarlos. Y los he olvidado a todos. Así que sólo es cuestión de tiempo. El primero, mi gato, mi tatuaje en el corazón, tan fuerte, que decidí llevarlo conmigo siempre. Y te veo cuando me miro al espejo, cuando miro mi brazo. Ahí te quise poner para no olvidarte jamás. Y así ha sido, hasta que me muera y vea mi brazo. Sabía que si no te tatuaba, te olvidaría. Nadie puede luchar contra el olvido.
Todos guardamos historias. Y todos tenemos que vivirlas.
Y yo quiero casarme otra vez. Pero esta vez de verdad. En la habitación, con luz o sin luz, ya me da igual. Pero quiero casarme con susurros al oído, cuando suba la marea, y que me calles de una puta vez, con un beso, la boca, y a esa risa tonta que me da cuando te tengo.