
Tantas veces pienso en la vida. Hace dos horas que he dicho mientras me miraba al espejo llorando que tiraba la toalla. Lo he intentado, de verás que sí, pero me equivoqué de mundo. Y sé que mañana será otro día, que vendrá otra semana con su rutina, y que esa voz se callará un poco mientras me sumerjo en estupidez y regaño a mis hijos. Pero tiro la toalla. Se acabó. Se acabaron mis sueños contigo, se acabaron mis noches en sus brazos, se acabó. Ojalá todo hubiera sido distinto, ojalá no hubiera hecho falta que me separara, ojalá que mis dos hijos que llevé en mi vientre hubieran sido unos niños felices. Ojalá no os hubiera conocido. Ojalá no me hubiera enamorado de ti.
Me habría gustado llamarme de otra manera. Inés, me habría gustado llamarme Inés.
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad por compasión,
que oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece
se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¡Y qué he de hacer ¡ay de mí!
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame porque te adoro.
Y ya en la apoteosis de la acción, Don Juan se reafirma en su amor y lo que empezó en apuesta se le ha convertido en el único compromiso de su vida, en las auténticas palabras de amor formal y para siempre.
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