lunes, 14 de noviembre de 2016

Pensamientos antes de dormir

El huidor número 1
pidiéndo a los demás que huyan.
Al manojo de capullos
manteniéndolos a raya como amigos.
Farmacólogos que se creen poetas.
Uno que dice que tiene muy mala leche
y le veo a la legua que es un trozo de pan.
Un dolor de estómago de un yogurt caducado.
Y yo... que si los yogures no caducan.
Un sedatif,
unas cuantas recetas,
correr para desestresarme,
el ordena que no me va,
hacer números para comprarme otro,
soñar con hacer añicos el que tengo
y disfrutarlo.
El portátil tampoco me descarga la serie.
Odio los ordenadores.
Los odio con todo mi ser.
Los odio, los odio y los odio.
Vuelvo a hacer números,
creo que con la paga doble me llega
bueno para el ordena,
y para la nintendo 3 ds
con la que se ha emperrado mi hija.
Y mira que no me gusta pero...
a ella sí.
Pensar que somos química,
que somos eléctticos.
Por cierto,
la electricidad tampoco me gusta.
Yo nunca hubiera sido Tesla.
Bueno ni yo
ni muchísima gente, claro.
Tesla....
quizás debería estudiarlo
a ver si sacaba algo más en claro.
Y una foto en mi mesita
con mis dos hijos.
Mi última mirada para nosotros,
y apago la luz.
Y en la oscuridad pienso en todo esto,
y en que me sigues faltando.
Y en que es mejor así,
que superaré esta prueba.
Que se acabó.
Esta vez para siempre.
Que no vale la pena ni recordarlo.
Así que cambio el pensamiento,
y pienso en la gente que no tiene casa,
en las almas desamparadas.
En que mañana otra vez madrugo.
En la vacuna de la gripe,
en el miércoles, en el ginecólogo.
Que el viernes me voy a san sebastián.
Que no me gustan los aviones,
 pero que con pastillas y un cubata
hago un melendi y llego allí sin darme cuenta,
seguro.
Que me duele el tarro,
y que en el fondo,
siempre me la acaba sudando todo.
Me duermo.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Dolor expansivo



Estoy en expansión. En todos los sentidos. Quiera yo expandirme, o no. Si no lo busco, me empujan y no se puede evitar. Un máster, una carta del colegio de farmacéuticos, un ex que se va acordando de que es padre, unos hijos que no paran de regalarme, y que cada vez, vamos mejor todos. Descarto amantes que me salen de hasta de debajo de las piedras. Encuentro sin buscar a personas que de pronto se convierten en cómplices de todo lo que soy o represento. Que nos hacemos amigos. Que surge sólo. El dolor viene y va, pero no le tengo miedo, y dejo que se pasee por mis días, que me sople, que me ponga la soga, que me suelte. Me doy tiempo. Me doy la oportunidad. Me dejo fluir. Como siempre hice y olvidé. Y no es que sea vengativa, pero saboreo el triunfo. Siento que poco a poco se me va dando todo aquello que me fue arrebatado. Me siento por encima. Siento que lo supero. Me siento feliz. Me siento conquistadora. 

Estoy en expansión
de todos los límites.
De pronto,
todo se coloca en su sitio,
como un imán atrae
todas las piezas
al lugar del destino.

Y yo me expando
y conquisto.

Nadie me dijo que este dolor,
expansivo,
era el efluvio,
de mi infinito.

Un dolor expansivo,
así como lo es
el dolor al parir un niño.

martes, 8 de noviembre de 2016

Un millón de soles



Anoche soñé. Soñé mucho. Soñé con un hospital. Soñé que estaba enferma, en una cama de una habitación de 7 o 8 personas más. Me veía a mí misma acostada, enganchada al suero. Ví a la figura de un hombre, el doctor supuse, por la bata blanca que llevaba. Se acercaba hacia mí, me tomaba las constantes, me acariciaba el pelo con ternura, me daba un beso en la frente y se marchaba a ver a los otros enfermos.
Soñé, joder si soñé. Soñé que me cuidaba. Cada día que estuve en el hospital. Me abrazaba y me besaba con un cariño tan grande que llenaba toda mi alma enferma. Pronto empecé a recuperarme y sentirme mejor. Cambié de estancia a otra más luminosa. Mi familia venía a verme. Todos estaban contentos de mi progreso. Felicitaban al médico. Y él, sonriente, les daba la mano a todos y aceptaba los elogios. Sin embargo no me perdía de vista, y en cuanto el tumulto se despistaba, me abrazaba por detrás, por la espalda. Y el calor que desprendía aún me llenaba más, si cabe, de vida.
El día del alta, estaba tan feliz y contenta... El corazón lo tenía llenito. El alma, entera. Nos despedimos con complicidad y con efusivos abrazos y besos. Ya desde la calle, veía como me saludaba desde el cristal de la ventana de la habitación, acompañado de su equipo. Y yo sonreía. Sonreía mucho. Estaba segura, tenía la certeza, que lo iba a volver a ver. Tan convencida, que mi corazón reía, y resplandecía, un millón de soles!! y me iba por la calle soleada tan feliz acompañada por mi familia, que vinieron a recogerme del hospital.
Me he despertado tan tierna... Pero no sólo eso. Me he levantado con fe. Vuelvo a confiar.  Quizás no sea nada para mucha gente. Quizás todo el mundo no me merezca. Pero estoy convencida que para alguien seré el mundo. Lo he conocido, lo he visto. Debo tener paciencia y ya está. Vendrá, porque hasta del infierno, vendría a rescatarme.

Doctor... me gustaría que fuera doctor.

viernes, 4 de noviembre de 2016