sábado, 6 de febrero de 2016

La libertad




Hoy mi alma ha dejado mi cuerpo. Se ha ido a un bosque verde. No hacía frío, ni calor. Estaba descalza, y la hierba verde mojaba mis pies al caminar. En la colina, bañada por la luz dorada del sol, habían dos sillas. Tomé una y me senté. A lo lejos vi tu figura. Mi consciencia te estaba llamando, y tu silueta caminaba y se acercaba hacia mí. Tomaste la otra silla y te sentaste frente a mí.
Te miré a los ojos. Los observé durante un tiempo y me metí dentro. El cuerpo se volvió muy pesado. Sentí dolor, pena, y mucho sufrimiento, y miedo. Con un espíritu que sufría, no vistes el dolor que afligías en mí. Y sentí que también sufrías por ello. Y cuanto te pesaba todo.
Volví a mirarte a los ojos, y te perdoné. No te diste cuenta. Te libero de toda culpa y te dejo marchar en paz.
Me senté otra vez sola, en la silla, al atardecer en la colina. Y me perdoné a mi misma. Me perdoné por no haberte podido perdonar antes. Me perdoné, por pensar que siempre había sido culpable. No soy culpable de nada. Soy inocente, y siempre lo he sido.
Me libero de toda culpa, y me dejo marchar en paz.

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